martes, 16 de agosto de 2011

ULRICA - JORGE LUIS BORGES


Mi relato será fiel a la realidad o, en todo caso, a mi recuerdo personal de la realidad, lo cual es lo mismo. Los hechos ocurrieron hace muy poco, pero sé que el hábito literario es asimismo el hábito de intercalar rasgos circunstanciales y de acentuar los énfasis. Quiero narrar mi encuentro con Ulrica (no supe su apellido y tal vez no lo sabré nunca) en la ciudad de York. La crónica abarcará una noche y una mañana. 
Nada me costaría referir que la ví por primera vez junto a las Cinco Hermanas de York, esos vitrales puros de toda imagen que respetaron los iconoclastas de Cromwell (2), pero el hecho es que nos conocimos en la salita del Northern Inn, que está del otro lado de las murallas. Éramos pocos y ella estaba de espaldas. Alguien le ofreció una copa y rehusó. 

-Soy feminista -dijo-. No quiero remedar a los hombres. Me desagradan su tabaco y su alcohol. 

La frase quería ser ingeniosa y adiviné que no era la primera vez que la pronunciaba. Supe después que no era característica de ella, pero lo que decimos no siempre se parece a nosotros. 

Refirió que había llegado tarde al museo, pero que la dejaron entrar cuando supieron que era noruega. 

Uno de los presentes comentó: 
-No es la primera vez que los noruegos entran en York. 
-Así es -dijo ella-. Inglaterra fue nuestra y la perdimos, si alguien puede tener algo o algo puede perderse. 

Fue entonces cuando la miré. Una línea de William Blake (1) habla de muchachas de suave plata o furioso oro, pero en Ulrica estaban el oro y la suavidad. Era ligera y alta, de rasgos afilados y de ojos grises. Menos que su rostro me impresionó su aire de tranquilo misterio. Sonreía fácilmente y la sonrisa parecía alejarla. Vestía de negro, lo cual es raro en tierras del Norte, que tratan de alegrar con colores lo apagado del ámbito. Hablaba un inglés nítido y preciso y acentuaba levemente las erres. No soy observador; esas cosas las descubrí poco a poco. 

Nos presentaron. Le dije que era profesor en la Universidad de los Andes en Bogotá. Aclaré que era colombiano. 

Me preguntó de un modo pensativo: 
-¿Qué es ser colombiano? 
-No sé -le respondí-. Es un acto de fe. 
-Como ser noruega -asintió. 

Nada más puedo recordar de lo que se dijo esa noche. Al día siguiente bajé temprano al comedor. Por los cristales vi que había nevado; los páramos se perdían en la mañana. No había nadie más. Ulrica me invitó a su mesa. Me dijo que le gustaba salir a caminar sola. 

Recordé una broma de Schopenhauer y contesté: 
-A mí también. Podemos salir los dos. 

Nos alejamos de la casa, sobre la nieve joven. 

No había un alma en los campos. Le propuse que fuéramos a Thorgate, que queda río abajo, a unas millas. Sé que ya estaba enamorado de Ulrica; no hubiera deseado a mi lado ninguna otra persona. 

Oí de pronto el lejano aullido de un lobo. No he oído nunca aullar a un lobo, pero sé que era un lobo. Ulrica no se inmutó. 

Al rato dijo como si pensara en voz alta: 
-Las pocas y pobres espadas que ví ayer en York Minster me han conmovido más que las grandes naves del museo de Oslo. 

Nuestros caminos se cruzaban. Ulrica, esa tarde, proseguiría el viaje hacia Londres; yo, hacia Edimburgo. 

-En Oxford Street -me dijo- repetiré los pasos de Quincey, que buscaba a su Anna perdida entre las muchedumbres de Londres. 

-De Quincey -respondí- dejó de buscarla. 

Yo, a lo largo del tiempo, sigo buscándola. 

-Tal vez -dijo en voz baja- la has encontrado. 

Comprendí que una cosa inesperada no me estaba prohibida y le besé la boca y los ojos. 

Me apartó con suave firmeza y luego declaró: 
-Seré tuya en la posada de Thorgate. Te pido mientras tanto, que no me toques. Es mejor que así sea. 

Para un hombre célibe entrado en años, el ofrecido amor es un don que ya no se espera. El milagro tiene derecho a imponer condiciones. Pensé en mis mocedades de Popayán y en una muchacha de Tezas, clara y esbelta como Ulrica que me había negado su amor. 

No incurrí en el error de preguntarle si me quería. Comprendí que no era el primero y que no sería el último. Esa aventura, acaso la postrera para mí, sería una de tantas para esa resplandeciente y resuelta discípula de Ibsen(3). 

Tomados de la mano seguimos. 

-Todo esto es como un sueño -dije- y yo nunca sueño. 

-Como aquel rey -replicó Ulrica- que no soñó hasta que un hechicero lo hizo dormir en una pocilga. 

Agregó después. 

-Oye bien. Un pájaro está por cantar. 

Al poco rato oímos el canto. 

-En estas tierras -dije-, piensan que quien está por morir prevé el futuro.

Y yo estoy por morir -dijo ella. 

La miré atónito. 

-Cortemos por el bosque -la urgí-. Arribaremos más pronto a Thorgate. 

-El bosque es peligroso -replicó. 




Seguimos por los páramos. 

-Yo querría que este momento durara siempre -murmuré. 

-Siempre es una palabra que no está permitida a los hombres -afirmó Ulrica y, para aminorar el énfasis, me pidió que le repitiera mi nombre, que no había oído bien. 

-Javier Otálora- le dije. 

Quiso repetirlo y no pudo. Yo fracasé, parejamente, con el nombre de Ulrikke. 

-Te llamaré Sigurd(5)- declaró con una sonrisa. 

Si soy Sigurd -le repliqué- tu serás Brynhild(6). 

Había demorado el paso. 

-¿Conoces la saga?- le pregunté. 

-Por supuesto -me dijo-. La trágica historia que los alemanes echaron a perder con sus tardíos Nibelungos(4). 

No quise discutir y le respondí: 

-Brynhild, caminas como si quisieras que entre los dos hubiera una espada en el lecho. 

Estábamos de golpe ante la posada. No me sorprendió que se llamara, como la otra, el Northern Inn. 

Desde lo alto de la escalinata, Ulrica me gritó: 

-¿Oíste el lobo? Ya no quedan lobos en Inglaterra. Apresúrate. 

Al subir al piso alto, noté que las paredes estaban empapeladas a la manera de William Morris, de un rojo muy profundo, con entrelazados frutos y pájaros. Ulrica entró primero. El aposento oscuro era bajo, con un techo a dos aguas. El esperado lecho se duplicaba en un vago cristal y la bruñida caoba me recordó el espejo de la Escritura. Ulrica ya se había desvestido. Me llamó por mi verdadero nombre, Javier. Sentí que la nieve arreciaba. Ya no quedaba muebles ni espejos. No había una espada entre los dos. Como la arena se iba al tiempo. Secular en la sombra fluyó el amor y poseí por primera y última vez la imagen de Ulrica.



                                                                                                        Jorge Luis Borges


(1)   William Blake (1757-1827) Poeta, pintor y grabador inglés, nació en Londres. Creador de una forma de poesía única acompañada de ilustraciones. Reveló muy temprano sus tendencias artísticas y poéticas. Su poesía, inspirada por visiones místicas, se encuentra entre las más originales de la lengua inglesa.
(2)   Oliver Cromwell (1599-1658) Estadista inglés, fue el dirigente más importante de la Guerra Civil inglesa, la República y el Protectorado.
(3)   Ibsen, Henrik Johan (1828-1906) Dramaturgo noruego, nació en Skien el 20 de marzo. Escribió varias piezas teatrales de trama histórico, romántico y nacionalista. Es reconocido como creador del drama moderno por sus obras realistas que abordan problemas psicológicos y sociales.
(4)   Cantar de los nibelungos. Poema épico medieval de autor desconocido, escrito en alemán a inicios del siglo XIII. Obra de gran fuerza trágica, que se destaca de la literatura de la época por enfatizar el sentimiento de venganza. Es la historia trágica de amor de un guerrero alemán llamado Sigfrido con Bruñilda.
(5)   Sigurd. Héroe de las leyendas germánicas y principal personaje de las Eddas. Hace parte de la historia de amor con Brynhild.
(6)   Brynhild. En la mitología y literatura germánicas, bella y poderosa princesa guerrera. Su historia está en la Volsunga Saga (Saga de los hijos de Sturla) de Islandia. En los textos islandeses, aparece como Brynhild. Sigurd y Brynhild se declaran enamorados. Posteriormente, una poción mágica hace que Sigurd olvide a Brynhild y se case con Gudruna. Sigurd ayuda al hermano de Gudruna, Gunnar, para que éste consiga el amor de Brynhild, haciéndose pasar por él. Al descubrir el engaño, Brynhild provoca la muerte de Sigurd, pero se queda tan triste por el hecho que se suicida.

(7)   William Morris (1834-1896). En 1852 entra en la Facultad de Exeter, Oxford, donde adquirió el interés en la Edad Media y en su arte. Es el fundador del movimiento Arts & Crafts (1861), el cual originó el Art Nouveau. En las artes decorativas, creó el vidrio colorido, el papel de pared y tejidos.