Los Personajes del Pesebre
El Pesebre es otro de los elementos pedagógico y
espiritual, antropológico, cultural y artístico, que acompaña nuestra
celebración navideña de la Venida de Jesús.
Hace referencia a la primera venida de Jesús, cuando nace
pobre y humilde en Belén, entre el aliento cálido de los animales, y es adorado
por sus papás José y María, por los Pastores de Israel, y por los Magos venidos
de tierras lejanas (Mateo 1,18-25-2,1-11 según la fuente josefina; Lucas 2,1-20
según la fuente mariana)
Es una creación muy antigua, pero popularizada por san
Francisco de Asís en el año 1223.
El poverello visitó al papa de su tiempo, Honorio III, y
le manifestó sus planes de hacer una representación escénica de la Noche de
Navidad.
Salió de Roma y en la Nochebuena de Greccio, Italia,
construyó una establo con la cuna de Jesús, y agrupó en adoración silenciosa a
su alrededor a María y a José, al asno y al buey, y a los pastores con sus
ovejas que contemplaban admirados y gozosos al recién nacido.
A partir de entonces, a raíz de una experiencia mística
que recibió Francisco de tener al Niño Jesús entre sus brazos con inefable
resplandor, la devoción al pesebre se extendió por todo el mundo cristiano
conocido.
El pesebre es el lugar hecho cuna donde comían los
animales.
El establo era el recinto más amplio que contenía animales y pesebre/s.
Se comienza a armar en la tarde anterior al primer domingo
de Adviento, tiene su cumbre en la Nochebuena y los ocho días siguientes de la
Octava de Navidad, y dura en nuestras casas y templos hasta el domingo
posterior al 6 de enero, a la fiesta de Epifanía (Reyes) en que se celebra el
Bautismo del Señor.
Entonces termina el tiempo litúrgico de Navidad y comienza
el Tiempo común, ordinario (de “orden”), en el que vamos meditando
“ordenadamente” la vida y los misterios de Jesús.
Por supuesto que el personaje principal de la
representación (que aparte de estática puede ser también “viviente”) es el Niño
Jesús, el Mesías esperado de Israel, que conviene entronizarlo en su
cuna-pesebre en la Nochebuena, si es posible en familia y proclamando alguna
oración o lectura bíblica del nacimiento.
Esto “centra” la atención de la celebración familiar
navideña en quien es el “Centro” de la misma, cosa que tan desdibujada parece a
veces y que conviene recobrar en su sentido trascendente.
Aclarado que Jesús que nace es el Centro de la
celebración, nos metemos en los demás personajes: José, su papá virginal, por
quien le llega la ascendencia real davídica propia del Mesías esperado.
María, la
Madre Virgen , que da la naturaleza humana a Aquel a quien el
Espíritu Santo da la naturaleza divina en su seno.
Los ángeles (Lucas 2,9), que comunican familiarmente la
noticia a los pastores de ovejas de Israel, el pueblo elegido, y que por lo
tanto entendían de apariciones y mensajes angélicos, pues el antiguo Testamento
está lleno de ellos.
Y que humildemente y con el corazón abierto acuden a
adorar al Salvador esperado.
El burrito y el buey no es simplemente una cuestión
folklórica. Es una cuestión bíblica sabiamente releída:
Están mencionados en el profeta Isaías, 1,3, donde se dice
que el buey conoce a su amo y el asno al que le da de comer, pero Israel (y
aquí colocamos el nombre de cada uno de nosotros) no conoce a su Señor.
Queda como mensaje que, así como el burrito y el buey,
infaltables bíblicamente en la representación navideña, seres sin inteligencia,
conocen a sus dueños y a quienes los alimentan, así también nosotros, seres
inteligentes, debemos conocer a Aquel que es nuestro Dueño y Señor, aquel que
dice en el Sermón de la Montaña de Mateo 6, 25-34, que es capaz de vestirnos
como lo hace con los lirios hermosos del campo, y de alimentarnos como lo hace
con los gorriones que revolotean por los aires.
Gustavo Daniel D´Apice
Profesor de Teología
Pontificia Universidad Católica
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