El discreto y perverso encanto del progreso
Buenos Aires está a punto de incurrir en un error que,
dentro de pocos años, va a cobrar su verdadera dimensión si no tomamos las
decisiones adecuadas para la puesta en valor y la conservación de su patrimonio
ferroviario subterráneo.
En 1913, la Buenos Aires del Centenario -que había llegado a
ser la ciudad latina más poblada del mundo- y que había decidido imitar a París
e inauguraba el primer tren subterráneo del hemisferio sur, el primero de un
país de habla hispana y se convertía en la decimotercera ciudad en el mundo en
contar con ese servicio. Se lograba entonces ser la capital de América, en
homenaje a la Revolución de Mayo.
La construcción de la línea subterránea de la compañía Anglo Argentina ,
que unió tres plazas emblemáticas de Buenos Aires: la de Mayo , Miserere y
Primera Junta, tuvo características que vale la pena rescatar: se hizo cavando
una fosa a lo largo de las avenidas De Mayo y Rivadavia, cubierta por un techo
con vigas metálicas que aún hoy se contempla en las estaciones. La obra duró
dos años y se inauguraron catorce estaciones. Cada estación está decorada con
guardas de diferente color, para que los pasajeros pudieran identificarlas sin
necesidad de leer. Es bueno recordar que en Buenos Aires vivían dos extranjeros
por cada porteño y la Argentina era pensada amablemente para "todos los
hombres de buena voluntad que quieran habitar el suelo argentino". Al
principio, el servicio se abonaba con boletos y luego se incorporó el molinete,
una modernidad que trajo Federico Lacroze.
Los coches que llegaron en 1913 eran ochenta y cuatro: del
1 al 4 de la
firma United Electric Car, de Preston, Gran Bretaña, y del 5
al 84 de la firma
La Brugeoise , de Bélgica, empresa que en 1919 proveyó treinta
y seis coches más. Años después se construyeron en los talleres Polvorín, en
José Bonifacio y Emilio Mitre, cinco unidades más. Es impresionante ver que
llegan funcionando hasta hoy cerca de noventa coches, y que varios de los que
fueron "jubilados" anteriormente, fueron los protagonistas de la
vuelta del tranvía a la ciudad, como los primeros coches del Premetro. Por su
color verde fueron bautizados por el ingenio popular como los
"lagartos". La tarea magnífica de la Asociación Amigos
del Tranvía (AAT) ha permitido la recuperación de varios coches que hoy forman
parte de su dotación y que son disfrutados por los porteños y los turistas cada
fin de semana.
Los coches de madera que hasta estos días circulan son los
más antiguos del mundo y se definen como "paralelepípedos oscilantes"
por el movimiento articulado entre la carrocería y el techo, y se han
convertido en una atracción turística de la ciudad y del país. Además, Buenos
Aires está a punto de perder para siempre un aroma original: el de las zapatas
de madera que han servido, a lo largo de casi cien años, para frenar estos
nobles coches y esparcir su "olorcito a madera quemada" en cada andén
de la línea A.
Estamos a tiempo de preservar un patrimonio histórico
único. La ley protege a los inmuebles estatales de más de cincuenta años de
construidos y sería bueno prolongar esta protección a los bienes muebles
estatales de alto valor patrimonial, como sin duda son los coches de la A. Pueden circular
trenes históricos con valor diferencial fuera de las horas pico; pueden
generarse circuitos especiales, por ejemplo desde los andenes abandonados de la estación San José
de la línea E
hasta la
estación Plaza Constitución de la línea C , o dejar fluir la
iniciativa privada con control estatal para que un viaje en los coches de
madera no se convierta en lo que ha sido una constante del patrimonio
argentino: la transmisión oral de generación en generación de las experiencias
que ya no podemos disfrutar.
La Nación
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